Oriundo de la ciudad de León, Guanajuato, “ciego” desde
pequeño, una extravagancia en el vestir y en el panorama literario mexicano
desde su primera publicación: “Las Tachas” en 1928, amigo de un tlacuache,
enamorado de las nimiedades, autor de una obra de teatro, de algunos versos,
pocos cuentos y dos novelas: Cerrazón
sobre Nicómaco (1946) y La paloma, el
sótano y la torre (1949), todos reunidos en dos volúmenes por el Fondo de
Cultura Económica y publicados respectivamente en 2007 y 2012.
Desinteresado de la
ajetreada vida política mexicana por no encontrar en ella algo de valor, de las
relaciones sociales y de los grupos intelectuales post-revolucionarios, cazador
de sombras, del silencio en los cristales, ensimismado por naturaleza…
“Las tachas”,
cuento escrito con base en su inconclusa carrera como estudiante de Derecho en
la UNAM, marcaría el inicio de una propuesta estética única para el periodo, si
bien continua respecto a escritores como Micrós (1868-1908) inmediatamente
anterior, que sería luego anotada por Emmanuel Carballo
en su artículo "Efrén Hernández, prosista ingenioso, poderoso y
sustancioso", publicado en el suplemento Uno más Uno:
Los personajes casi no se frecuentan, de donde
resulta que la sintaxis de la ficción está sumamente diluida. En casi todos
ellos, el monólogo se impone al diálogo y la digresión a la acción. En el
monólogo, el personaje nunca, o casi nunca, reconstruye escenas en que
participen dos o más seres: se concreta exclusivamente a narrar su intensa y
complicada vida interior […] La historia y la trama ceden sus sitios a la
digresión […] (Si en el cuento común y corriente los hechos se eslabonan para
formar la anécdota, en los cuentos de este autor las digresiones se ordenan una
tras otra hasta apoderarse íntegramente de la historia.) El espacio peca de
impreciso: en varios cuentos parece que los personajes se mueven bajo una
campana neumática; en otros, que habitan un mundo de aire enrarecido y paisaje
desdibujado en el que la vida si no imposible resulta al menos difícil.
Sábado, 16 de marzo de 1985
Aprendiz, por otra
parte, de las estructuras clásicas del Siglo de Oro, de formación autodidacta,
marginado de la Academia desde su auto-éxodo de la UNAM en 1928, optaría por un
discurso prosístico libre en la mayoría de sus creaciones, con algunas raras
salvedades como en “Soneto en que se previene al alma los peligros de asomarse
al Jardín de la Belleza” o en “Siento que al tiempo sóbrale este día”, ambos
poemas recopilados en Obras completas I:
poesía, cuento, novela (2007).
Dueño de una
peculiar personalidad, escribiría siempre acerca de lo insignificante, tomaría
a las cotidianidades para re-valorarlas en la búsqueda de un sentido personal
de verdad, sería fácilmente identificado por esa razón como un espécimen
extraño y malicioso.
“Me conocía harto pícaro y harto mosca muerta y mátalos callando –dice-, y precisamente en estas malas propiedades basaba mi satisfacción, y en estas dotes, en rigor negativas, ponía toda mi complacencia”.1 Él mismo era un antihéroe (como sus personajes) y se complacía de serlo.
“Me conocía harto pícaro y harto mosca muerta y mátalos callando –dice-, y precisamente en estas malas propiedades basaba mi satisfacción, y en estas dotes, en rigor negativas, ponía toda mi complacencia”.1 Él mismo era un antihéroe (como sus personajes) y se complacía de serlo.
Como editor
dispondría de lentes exigentes y un afinado tino para ser el primero en
publicar a Juan Rulfo, despreciado por las editoriales en sus inicios, en la
Revista Antológica América, fundada
en 1940 de la cual sería subdirector a partir de 1942, bajo la batuta de Marco
Antonio Millán.
“El tachas” como lo
apodaban sus amigos, colaboraría en la publicación de los primeros trabajos de Rosario
Castellanos, Margarita Michelena, Dolores Castro, Jaime Sabines, Emilio
Carballido, Rodolfo Usigli y Sergio Magaña, entre otros. Autores que no
disponían en ese entonces del reconocimiento de la crítica para aparecer en las
revistas más grandes (Contemporáneos,
por ejemplo), ni se decían partícipes del Estridentismo, movimiento cultural de
fuerte apego entre los intelectuales nacionalistas, ni de los Contemporáneos.
Revista América fue la primera en ofrecer una
propuesta incluyente de escrituras que eran ignoradas por otras instancias.
Efrén Hernández y
su labor como editor, en ese sentido, son memorables. He ahí que en esta
edición del ENCUENTRO que lleva su nombre, hayamos decidido que es buena hora
para incluir a la edición como una tarea inseparable de la escritura creativa,
y de suma importancia además, pues constituye el puente entre el creador y su
público, un puente que debe ser sumamente informado y leer desde distintos
puntos de vista, para tener las
herramientas empíricas y formales de dictaminación, sobre lo que va y no a ser
publicado.
“La palabrita extraña se metió en mis oídos como un ratón
a su agujero, y se quedó en él, agazapada. Después entró un silencio caminando
en las puntitas de los pies, un silencio que, como todos los silencios, no
hacía ruido” (“Tachas”).
Valentín Sánchez
Comentarios
Publicar un comentario